El Peine del Viento de Eduardo Chillida, Construcción Vacía de Jorge Oteiza, Paloma de la Paz de Nestor Basterretxea: el diálogo entre el arte de grandes creadores vascos y la costa conforma el paisaje de San Sebastián desde hace décadas, homenajeando así a la cultura, pero también al mar. Existía claramente una deuda con una de las artistas más reconocidas internacionalmente, Cristina Iglesias, que no había intervenido en el paisaje urbano de su ciudad natal; hasta ahora.
El trabajo de Iglesias, que aporta una renovada concepción de la práctica de la escultura, se encuentra en importantes colecciones públicas y privadas de todo el mundo, como el museo Reina Sofía de Madrid, Centre Georges Pompidou en París, Tate Modern en Londres, MOCA en Los Angeles, el museo Guggenheim de Bilbao o el MACBA de Barcelona, entre otros.
En el caso de San Sebastián, Cristina Iglesias ha escogido para su recién inaugurada instalación, el edificio de la casa del faro de la isla de Santa Clara, creando un conjunto escultórico, bautizado Hondalea, que recrea de forma artística, y a través de un gran vaso fundido en bronce, las formas geológicas propias de la costa vasca. En palabras de la propia creadora, “este es un proyecto que se conecta con la defensa de la naturaleza, y de los mares y sus costas; un espacio de reflexión donde el agua fluye con un ritmo inspirado en los cambios de las mareas y la fuerza de las olas en las cavidades marinas”.
La visita está planteada como una experiencia que incluye un viaje a un “lugar remoto” de la ciudad. Llegar a la isla en barco y contemplar las rocas y las olas desde los senderos que conducen al faro es esencial para la artista. Santa Clara es un lugar de singular belleza, emplazado en el punto donde convergen tierra y mar, y en el que se concentra en una reducida superficie una gran riqueza natural. Paseando por los senderos que se abren entre prados y bosquetes, se pueden contemplar especies arbóreas propias del entorno, adaptadas a la salinidad y a los fuertes vientos marinos, conviviendo con árboles y plantas introducidas por el ser humano en su afán por domesticar el medio. En los acantilados costeros, coloreados por el amarillo del hinojo marino y el rosa pálido de los brezos, alborotan las aves marinas desde sus nidos. En los arenales y rasas que rodean la isla, unas veces sumergidos y otras veces expuestos al aire libre, según el capricho de las mareas, se despliega un embriagador ecosistema en el que conviven gran variedad de algas y animales acuáticos. La geología, responsable de la formación de las rocas que constituyen el sustrato de la isla, la ha configurado como un elemento diferenciado del resto de los relieves costeros.
Inspirándose en esa naturaleza salvaje de la isla, tan cercana a la ciudad, y en la notable geología de la costa vasca, Iglesias ha transformado el interior de la casa del faro, restaurándolo y convirtiéndolo en un sobrecogedor entorno escultórico. Los estratos geológicos fundidos y las secuencias del agua transportan al visitante a una experiencia de tiempo profundo. Su intervención evoca la idea del arte como refugio, como lugar de encuentro, idea siempre presente en la obra de la escultora.
En cuanto al nombre, Hondalea toma su nombre del euskera, una palabra que tiene una clara connotación marina. Significa «abismo en el mar», «profundidad abisal», así como “fondo del mar”. Recoge los conceptos de mar y profundidad, que son dos ideas fuerza de su obra. Aunque no es una palabra de uso extendido hoy día, el término tiene una larga tradición literaria y se puede encontrar en textos del poeta Arnaud Oihenart en el siglo XVII.
El nombre escogido quiere sintetizar la idea que la escultora ha plasmado en su instalación: la profundidad interior de la isla, a través de la gruta construida dentro de la casa del faro. La isla es, además, lo contrario a un abismo. Iglesias ha considerado que esa antítesis funciona perfectamente con sus inquietudes. El resultado es una obra inspiradora, la más importante de la carrera de la artista; un regalo para la ciudad y para la ciudadanía, que ha visto transformado un lugar apartado dentro de la propia urbe, convertida en un símbolo de la defensa de causas ecológicas y de la conservación medioambiental. La búsqueda de Cristina Iglesias del compromiso poético y simbólico entre la obra y el espacio, se ha materializado en un despliegue estético, visual y dinámico.
Fotografías: Idoia Unzurrunzaga y Sara Santos.
Hondalea