El caos de las fuerzas grises de la naturaleza en Tempestad de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes, que abruma a los espectadores que se adentran en The Tate Gallery en Londres, pudo ser el origen del desmesurado interés por el paisajismo de Agustín Pontesta. Este artista vasco, impregnado por la filosofía sublime que tanto influyó en la obra de William Turner, ha logrado crear un estilo propio que precisamente otorga un poder asombroso a la naturaleza frente al ser humano.
Los paisajes infinitos de Pontesta muestran horizontes que parecen ausentes, masas de gentes que se confunden con un terreno extremo. Algunas de sus obras tienen un aire apocalíptico; en otras, las texturas y relieves emulan firmamentos o insinúan rocas que hacen recordar un fondo marino. Como un pequeño dios griego, crea mundos, universos, planetas… y también la vida; la vida que el propio artista otorga en cada pincelada.
En la intimidad de su estudio, elabora sus propias pinturas con pigmentos y aglutinantes, mezclándolos con diferentes materiales. Muchas de sus creaciones son realizadas sobre soportes de madera fragmentada, que él vuelve a recomponer; una alusión a la creación a partir de la destrucción. Las grietas y los agujeros que surgen en los cuadros son vacíos que adquieren un protagonismo especial. Aunque pueda utilizar diferentes técnicas como el dripping, el expresionismo o el collage, en su última fase recurre a pinceladas precisas y delicadas que unifican su trabajo.
Al igual que en el caso del paisajista inglés, su obra procede de la observación y del contacto con la naturaleza; pero no de los verdes campos que abrazan el Támesis, sino de lugares remotos como la selva Amazónica, los Andes, los desiertos de Atacama en Chile y el Thar en la India, Turquía, Jordania, Israel, las grandes extensiones de la Patagonia, Tierra del Fuego o Himalaya; lugares todos ellos en los que Pontesta ha pasado largos periodos.
El trabajo de Pontesta tiene además una latente espiritualidad, influjo de la filosofía Zen que ha practicado a lo largo de su vida, participando en seminarios y retiros intensivos, habiendo conocido y practicado también el budismo tibetano, asistiendo a convenciones del propio Dalai Lama. Su atracción por las pinturas orientales le han llevado a estudiar el arte monocromático del Sumi-e y la caligrafía japonesa. Sus múltiples inquietudes le han permitido conocer realidades que han cambiado su modo de ser, adoptando una manera de vivir alternativa frente a un sistema social convencional. Ese itinerario vital, esa mirada introspectiva y a la vez abierta al mundo, refuerza el poderío de su obra artística. Pontesta ha hecho suyas las palabras de Turner «mi trabajo es pintar lo que veo, no lo que sé», llevándolas al campo espiritual.
Agustín Pontesta
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