Cuando veo a un niño de 5 ó 6 años, me parece mentira que a esa edad ya quisiera ser escultor. Yo no lo recuerdo, pero mi familia me lo ha contado muchas veces. Pocos años más tarde, en el taller familiar de ebanistería, me empeñaba en hacer cosas diferentes a las que hacían allí y, como no podía ser de otra manera, me topaba con muchas dificultades que no sabía cómo resolver. Mi padre me echaba una mano, y yo insistía, seguía adelante, hasta conseguir algo que se acercara a lo que había ideado.
Vivíamos, y todavía vivo y trabajo, en Bakaiku, un pequeño pueblo rodeado de bosque, entre las sierras de Urbasa y Aralar, bajo la atenta mirada del majestuoso Beriain. Así que desde pequeño me atrae el bosque, siempre igual y cada vez diferente, con sus árboles trazando la vertical entre cielo y tierra, el susurro de las hojas, la luz atravesada por el verdor, el penetrante olor a madera y humedad, y esa quietud, silencio y misterio que transmite.
A los 20 años lo dejé todo para irme a Madrid a estudiar Bellas Artes en San Fernando; y de allí me fui a Roma al haber logrado la beca para una estancia en la Academia. Fue una etapa fructífera, de inmersión en el arte y la cultura en todas sus expresiones: literatura, cine, arquitectura, escultura, pintura, historia del arte… todo me interesaba. Iba descubriendo un mundo apasionante, y lo de Roma fue la materialización de un sueño que viví con los ojos bien abiertos, para no perderme nada.
Ya en esa época me movía entre la figuración y la abstracción, y hoy día sigo haciéndolo. Al principio sólo hacía figuración, pero ya en tercero de carrera comencé a trabajar con el cubo articulado en tres elementos, que me fue llevando a la exploración de las formas geométricas básicas y sus desarrollos. Me seduce pensar que, en macro o en micro, somos pura geometría.
Mi trabajo es siempre una exploración del espacio, que acaba materializándose en planos, prismas, muebles, esculturas o troncos que acogen el vacío como parte importante de la propuesta escultórica.
Tengo una imperiosa necesidad de trabajar, de extraer de la materia el secreto oculto, necesito llevar a cabo ideas, proyectos que son muchos más que los años que tengo para realizarlos, y siempre me anima la ingenua idea de que el arte es necesario y nos hace mejores.
Después de mí, las esculturas seguirán contando sus historias en silencio.
Jose Ramón Anda
Artista
Fotografía: José Luis López de Zubiría.