Nacido en San Sebastián, Ricardo Sanz comenzó a formarse como pintor a los catorce años con el maestro José Camps. Ya había habido antecedentes artísticos en su familia por su abuelo, que tuvo una estrecha relación con pintores como Sorolla, Zuloaga y Vázquez Díaz, entre otros, ya que fue propietario de la galería de arte La Perfecta, en el San Sebastián de las primeras décadas del siglo XX. Ese ambiente familiar tan cercano al arte fue lo que motivó a Ricardo para comenzar su andadura en el mundo de la pintura, en los años setenta.
Sanz se licenció en Historia por la Universidad de Deusto. Más tarde fue a Madrid donde siguió formándose en Historia del Arte y en pintura figurativa, para después pasar una temporada en Italia e instalarse un tiempo en París. De la observación de las obras de las grandes pinacotecas, y gracias a años de aprendizaje con excepcionales maestros, logró dominar el color y el lenguaje de la luz.
Van Dyck, Rembrandt, la pintura del siglo XIX y la Escuela Española han sido una inspiración para él; pero también los retratistas Macarrón, Torrents Lladó, Antonio López y Revello de Toro, a quienes ha conocido personalmente, y que le han ayudado a enriquecer su espíritu artístico y sus conocimientos de la pintura figurativa al más alto nivel. Su obra ha ido madurando, sustituyendo su inicial gama de colores suaves y grises, inspirados en los impresionistas vascos y franceses, por una paleta más fuerte y colorista.
Desde 1981 vive fundamentalmente en Madrid, aunque sigue desplazándose con frecuencia a San Sebastián. Estas dos ciudades son escenarios recurrentes de sus paisajes; en ocasiones incluso juega tornando sus características, mostrando Madrid bajo la lluvia, la Gran Vía sin coches, y San Sebastián bañada por el sol. Licencias oníricas de un artista que siempre ha pintado lo que ha querido.
Los relojes de La Concha, los toldos de la playa de Ondarreta, el puente de María Cristina, las hortensias de Ulía, las farolas del puente del Kursaal… los motivos escogidos por Ricardo crean atmósferas atemporales donde destaca la personalidad de los espacios; paisajes que podrían ser del ayer, del hoy o del mañana.
Además de las escenas urbanas retratadas con cierta nostalgia, la figura humana tiene una gran relevancia en su obra. Desnudos femeninos, flamencas, poxpoliñas, e incluso, la Inmaculada Concepción o el propio Jesús de Nazaret en la Última Cena han sido temas llevados al lienzo por el artista que, al igual que Velázquez, utiliza la síntesis como fundamento básico de su pintura.
La obra actual de Ricardo tiene un aire moderno y renovador. Composiciones exquisitas, con una técnica depurada, donde los efectos de la luz se reflejan con maestría. Su visión del modelo desde el respeto y la elegancia, que pone la figura humana en el centro de su arte, lo ha convertido en uno de los grandes retratistas del momento. Personalidades de la realeza, la aristocracia, la política y la cultura demandan su trabajo, atraídos por la elegancia de sus trazos. Su talento incluso lo ha llevado a ser el primer retratista oficial de los Príncipes de Asturias. La Reina Sofía, el Rey Felipe VI junto a Leonor de Borbón, el ex presidente del Congreso Jesús Posada y la ex presidenta del Parlamento Vasco Arantza Quiroga, entre otros, han posado ante su mirada preciosista.
Ricardo Sanz ha sido galardonado con el Premio Nacional de Cultura Viva, el Premio de la Fundación Goya y la Medalla Paul Harris que le concedió la Fundación Rotary Internacional; premios más que merecidos para un artista que sufre con el proceso creativo de cada pintura; una lucha de la que siempre sale victorioso.
Ricardo Sanz
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