Del mismo modo que en el mundo de El principito un sombrero ocultaba un elefante, la fascinante arquitectura de Biarritz esconde mares de vida, cultura, naturaleza, deporte y buen comer. A simple vista, esta joya enclavada en el País Vasco francés, a solo 40 kilómetros de San Sebastián, es una apacible y bella ciudad donde las fotos de Instagram adquieren un innegable atractivo. Pero si miramos más allá, pronto advertiremos que bajo su privilegiada superficie fluyen historias vibrantes que beben de un pasado glorioso y se proyectan al futuro con ilusión.
La naturaleza ha regalado a Biarritz lo mejor que se le puede ofrecer: un magnífico clima durante todo el año, aire vigorizante, agua con extraordinarias propiedades y el cada vez más apreciado sol del Cantábrico. La fuerza de esta ciudad se basa en su apego a las tradiciones y a la cultura, lo que dibuja un marco incomparable para vivir, disfrutar, trabajar y visitar. En sus calles, avenidas y parques, se respira un legado multicultural, y un estilo de vida casual-chic francés que lo diferencia de su vecina San Sebastián.
Gracias a Napoleón III y su esposa Eugenia de Montijo, Biarritz se convirtió en el place to be cuando decidieron construir Villa Eugenia en 1865 -hoy conocida como Hôtel du Palais, uno de los mejores hoteles de lujo del mundo-. Así, aristócratas de toda Europa empezaron a concebir preciosas villas que todavía hoy lucen con esplendor. Fruto de ese fulgor es la famosa Capilla Imperial, construida en 1864 por orden de la emperatriz, que mezcla el estilo románico-bizantino e hispano-morisco y fue consagrada a la Virgen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Si bien en el asteroide proyectado por Antoine de Saint-Exupéry había «hierbas buenas y hierbas malas y, por lo tanto, semillas de unas y otras», en Biarritz solo han germinado de las primeras. No en vano acoge, por ejemplo, una reconocida cartera hotelera. Al ya mencionado Hôtel du Palais, se le unen otros alojamientos de primer nivel como Le Régina, Le Miramar o Beaumanoir, los recientemente inaugurados Hôtel de la Plage y Le Garage, así como otros alojamientos que acaban de ser renovados, como el Plaza o Palmito.
Las olas que bañan su costa merecen una mención aparte: desde que el escritor y guionista estadounidense Peter Viertel visitara la ciudad con una tabla de surf bajo el brazo, allá por 1957, muchos biarrotas descubrieron esta disciplina, cuya práctica se extendió rápidamente por Francia y por el resto de Europa. Hoy miles de amantes de este deporte visitan cada año las playas de Biarritz. Junto al surf, el otro deporte estrella es el golf; con 16 campos en un radio de 100 kilómetros, está considerada como la “reina de los greenes”, según los grandes expertos.
En su viaje a la eternidad, Biarritz puede presumir de haber cuidado su legado de manera ejemplar. Precisamente, su vocación por perdurar y mantener intacta su idílica realidad se traduce en un cuidado exquisito del entorno, con iniciativas sostenibles y políticas eco tanto para negocios como otros espacios visitables. El Principito decía que “lo esencial es invisible a los ojos”, pero en Biarritz lo esencial se puede tocar, admirar, saborear y disfrutar.
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