San Sebastián ha tenido el privilegio de ser escogida por Woody Allen como lugar de rodaje de su última película. Repudiado por una parte del público estadounidense, el director ha sustituido su clásico Manhattan por las grandes capitales europeas –París, Londres, Barcelona– y otras elegantes regiones como la Costa Azul, y ahora el País Vasco, destinos que le han dado la bienvenida a lo grande. Su público, fiel, intelectual y bien formado, capaz de desgranar la sátira y el humor negro de sus impecables guiones, es la clase de público que cualquier ciudad querría recibir en calidad de visitante. Ser escenario de un largometraje de Allen es la mejor campaña publicitaria que puede tener una urbe.
La grabación en la costa vasca tiene como escenarios la playa de Itzurun, Pasaia y distintos puntos de la capital guipuzcoana. El film está ambientado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y los lugares reales donde se celebra este certamen son los que ha escogido Woody como plató; entre ellos el hotel María Cristina, uno de los símbolos del glamour del festival. El lobby del emblemático hotel se ha convertido en uno de los principales sets de rodaje, donde transcurre una de las secuencias de la película a la que tenemos el honor de asistir, pudiendo conocer en primera persona el modus operandi del mítico director.
La escena de la que somos testigos transcurre de día: el equipo técnico está oculto tras el brillo de los numerosos focos que iluminan el lobby; un centenar de figurantes, que interpretan los papeles de recepcionistas, turistas, invitados del festival y periodistas, esperan inmóviles en sus posiciones. Dos de los extras que hacen de recepcionistas nos confiesan que en realidad trabajan en el hotel María Cristina, y que tras apuntarse en el casting, los seleccionaron para interpretarse a sí mismos. El siguiente en llegar es Wallace Shawn, uno de los protagonistas del film junto a Christoph Waltz, Louis Garrel, Gina Gershon, Elena Anaya y Sergi López. Cuando todos los técnicos, actores y figurantes están listos, aparece Woody Allen. Por su forma de caminar, poco uniforme y algo torpe, y por la manera en la que se desenvuelve entre la gente, Allen recuerda al personaje que él mismo interpretaba en Un final made in Hollywood: un director de cine que se queda ciego al comienzo de un rodaje, y se ve obligado a dirigir el film a ciegas. Aunque sus capacidades físicas estén algo deterioradas por su avanzada edad, 83 años, analiza la posición de cada uno de los intérpretes con ojo clínico, y su intelecto sigue siendo tan brillante como cuando escribió el hilarante libro Pura anarquía.
Una vez supervisada la escena, el director grita “¡Acción!”, y todos empiezan a moverse: Wallace Shawn se acerca al mostrador de recepción para hablar con una empleada del hotel, mientras una pareja de jóvenes, que interpretan el rol de un famoso actor y su hermosa novia, descienden la elegante escalinata del hotel entre un enjambre de periodistas que no cesa de fotografiarlos. Mientras se rueda, se oye la voz en off que acompañará la secuencia tras el montaje. Cuando el director grita “¡Corten!”, los actores y extras vuelven a su posición inicial.
En el hotel están alojados numerosos huéspedes ajenos a la película, que ni siquiera saben que se está rodando ahí. Entre una toma y otra, un grupo desconcertado de huéspedes cruza el lobby sin entender por qué hay un centenar de personas inmóviles en completo silencio, como si se tratara de El show de Truman. Cuando un inconfundible anciano con gorro de pescador y gafas de pasta negra aparece entre los técnicos, todo cobra sentido para ellos.
Cambio de posición de la cámara y se vuelve a rodar la misma secuencia. El director corrige los movimientos de Wallace Shawn, y comenta la iluminación con Vittorio Storaro, el laureado director de fotografía. Rifkin’s festival, que es el nombre de esta película, es la cuarta colaboración entre Allen y Storaro.
Como en todos los largometrajes de Woody, el secretismo en torno al guión es mayúsculo, aunque el director desvela que “el film va a ser un homenaje al séptimo arte y a las grandes películas, donde contaré mi experiencia en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián”. A nuestra pregunta sobre la elección de esta ciudad como plató, responde que “quería volver a rodar en España, y pensé que San Sebastián sería un lugar adecuado para que mi familia pasara el verano durante los meses de grabación”. La familia es un tema al que el director recurre con frecuencia a la hora de explicar las decisiones importantes que toma en relación a su trabajo, por ejemplo a la hora de asistir a los festivales: “Al principio me encantaban los festivales de cine, y leer sobre ellos, pero cuando me hice director, dejé de visitarlos; mandaba las películas, pero yo no asistía. Sin embargo, los últimos años me han convencido para ir; me cuidan muy bien y mi mujer lo disfruta también, y quiero hacerla feliz. Lo que no me gusta es la dirección que están tomando algunos festivales, porque creo que deberían mostrar la máxima expresión del cine como arte, ofrecer oportunidades a nuevos y geniales directores, y mostrar los trabajos que son mejores artísticamente, en vez de centrarse en llevar a grandes estrellas o mostrar películas comerciales”.
Aunque la familia ocupa una parte muy importante en el día a día del director, el trabajo es sin duda el motor de su vida: “No voy a retirarme, de hecho nunca pienso en retirarme; mi filosofía siempre ha sido que pase lo que pase seguiré enfocado en el trabajo. No importa lo que ocurra con la familia, la política o las enfermedades, el trabajo absorbe mi energía y mi tiempo. Seguramente moriré en medio de un rodaje, en el set”.
La cámara vuelve a cambiar de posición, esta vez para centrarse en la pareja de famosos que deslumbra a los periodistas. “Quiero que bajéis la escalera con más efusividad; y cuando lleguéis abajo quiero que poséis de forma exagerada, casi teatral, haciendo un gesto con las gafas de sol” les indica Woody a los dos figurantes de origen extranjero que interpretan a la popular pareja. Aparte de pequeñas correcciones, Allen no se inmiscuye en la interpretación, “les debo todo a los fantásticos actores con los que trabajo; les doy mucha libertad, y yo me beneficio de su talento; gracias a ellos parezco mejor director de lo que realmente soy”.
Aunque las sociedades hayan cambiado, Allen sigue fiel a su modo de trabajar y a su incombustible humor. “No pienso en movimientos sociales o políticos, y no hay una correlación entre la tensa situación política actual de los Estados Unidos y el hecho de hacer humor. Todo lo contrario; las mejores sátiras se han creado durante esta administración. La comedia funciona en cualquier sitio y bajo cualquier circunstancia”. Woody repite el descenso de la pareja por la escalinata tres veces, y grita “¡corten!”. Fin del rodaje por hoy.
El film espera ver la luz a mediados de 2020. Sólo entonces conoceremos en su totalidad el guión que Elena Anaya nos describe como uno de los más bellos que ha leído nunca. Seguro que este nuevo guión incluye frases tan célebres como éstas, con las que nos ha deleitado las últimas cinco décadas: “Dios es o bien cruel o bien incompetente”, “Cuando escucho a Wagner durante más de media hora me entran ganas de invadir Polonia”, “El amor es la respuesta, pero mientras esperas la respuesta, el sexo plantea algunas preguntas bastante interesantes”, “En mi casa mando yo; mi mujer simplemente toma las decisiones”, “La eternidad se hace larga, sobre todo al final”, o “La ciencia no tiene nada de malo; entre el aire acondicionado y el Papa prefiero el aire acondicionado”.
El cine, al igual que las demás artes, tiene la capacidad de transformar la realidad y proyectarla del modo en el que el artista la percibe. Gracias a Woody Allen, hemos rememorado el nostálgico glamour de la Costa Azul en Magia a la luz de la luna, hemos revivido la escena artística francesa en Medianoche en París, descubierto la vida de la clase obrera y la clase alta londinenses en El sueño de Cassandra y Match Point y hemos conocido los excesos de la vida de los famosos en Celebrity. “Con Rifkin’s festival me gustaría trasladar al mundo mi visión de San Sebastián” concluye. Esperamos ansiosos a ver cuál es la percepción que tiene de nuestra ciudad el genio neoyorquino.